Terror en la luz.
domingo, 15 de enero de 2012
Tú, té (de fresa), ti, contigo.
martes, 3 de enero de 2012
La obsolescencia humana.
Un día, en medio de un siglo en el mundo, en mitad de una broma insensata de cualquier vida y a lo largo de un sinfín de acontecimientos erróneos dispersos por todos y cada uno de los infinitos planetas, a alguien se le ocurrió la impensable idea de poner fechas de caducidad. Y si comes, te intoxicas. Y si bebes, te envenenas. Y si hueles, te asfixias.
Ahora entremos en el supuesto utópico de calcular al alza el punto de intersección del ser humano en una de todas las posibles ramas de su vida, o en todas a la vez. Intentemos imaginar conocer la fecha límite de un individuo. Y no, no su muerte, sino su caducidad, que no es lo mismo, no nos confundamos.
Algo caducado no está muerto. Eso ya sólo para empezar. Cuando un producto caduca deja de ser atractivo y se convierte en nauseabundo, con un hedor tan emocionantemente asqueroso que incluso nos hace reprimir una arcada, aunque no parezca ese acto posible. Y cuando le sale moho hasta somos incapaces de sostenerlo entre las manos más de diez segundos seguidos. Se crea vida, que no al contrario. Se crea una capa de vida sobre una vida que está comenzando su fallecimiento, su desvanecimiento y descomposición. Dos vidas, una recién nacida y otra en proceso de muerte, que no muerta. Y la otra vida, como todas, también morirá, pero aún le queda mucho. Y cuando lo haga pueden suceder dos cosas: o desaparecer y volverse aire, o crear una tercera vida. Tres vidas, dos sobre una que podría seguir o no existiendo en el momento que nace la tercera. Es como un juego de muñecas rusas, pero con cadáveres en potencia y espíritus revoloteando unos penetrados en otros. Vamos a imaginarnos que nos comemos esas tres vidas. Nuestro estómago sería una potente máquina que crearía finas películas de forma inconsciente, para soportar semejantes microbios. Tu estómago, tal vez, se convertiría en túnel de vagabundos sucios, pero adorables. Tres vidas dentro de la tuya. Ya son cuatro. Es un desafío muy grande, es cierto. Incluso podría crearse una quinta si te han preñado… Pero eso ya es mucho suponer.
Y esto, vamos a llevarlo a un plano más profundo y a la vez relativo: humanos. Sería imposible crear cuatro vidas en nosotros mismos, ¿verdad? Pues a nadie se le ha ocurrido fechar al ser humano. Y no podría habérsele ocurrido a un insecto o a una planta, no. Se le ha ocurrido a nadie. Nadie le ha puesto fecha al ser humano. Venga vale, me estoy liando. Poner fecha de caducidad a un producto, realmente, es algo que elige el destino. El ser humano solo le pone una cifra. Pero yo ya me he ido por los cerros de Úbeda… Hablemos de la obsolescencia de los productos primero, luego ya nos centraremos en lo trascendental y absurdo…
¿Por qué ponerle una fecha de fin de vida (ahora sí), a un ordenador? Si no sabes la respuesta a esto, de verdad que sabes poco, muy poco. Es obvio que para vender otro, y así cada cierto tiempo, y ambición por doquier, y estrategias múltiples. Como es tan simple el tema, no pienso darle más vueltas.
Ahora tan solo quiero hablar de la fecha de muerte del ser humano, pero programada. Que no de caducidad, a ver si nos entendemos… ¿Podrías ponerle una fecha de fin de existencia al ser humano? ¿Cuál sería el fin? ¿Qué conseguirías? Se podría ver desde miles de puntos de arranque, pero ninguno se cerraría con una conclusión clara. Realmente podrías conseguir todo aquello que te propusieses. Dinero. Mucho dinero. Sin necesidad de cárcel o de corrupción. Sin tener que dar ni tan siquiera explicaciones… Triste y hermoso. Turbio y perfecto. Manipulación, deseos. Perversiones. Sincronizar al mundo entero para morir en un segundo preciso del segundo idóneo de la vida última de todos los tiempos… Un día, en medio de un siglo en el mundo, en mitad de una broma insensata de cualquier vida y a lo largo de un sinfín de acontecimientos erróneos dispersos por todos y cada uno de los infinitos planetas…