Para cuando el Sol estaba fuera de la nube, yo ya había
desaparecido de la faz de la Tierra. O amas, o vives. Y tú a veces eres los
rayos que asoman entre los resquicios de la espumosa y voluptuosa conjunción de
agua flotante. Si amas, mueres. El amor no es continuidad pura, es un episodio
de viveza superficial que se agota cuando el Sol decide ya esconderse de por
vida. Te das cuenta de ello cuando rompes en trescientos pedazos el alma y
luego ya no vuelve a palpitar la vena de siempre. Y se nos calibra el
sentimiento de un modo distinto, sin miedo ya, con soltura. Porque el vapor de
agua se tragó todo el calor. Porque ahora la nube es mía. Soy la primera
persona de tu plural. Habrá miles de casi tú. No habrá nadie jamás. No volveré
a mirar al cielo cuando deje un paisaje tan maravilloso. Ensalzaré a la lluvia
por encima de todas las cosas. El Sol, mi Sol, ya no me pertenece y por tanto,
jamás volvería a presenciar su presencia si fuera posible.
Se ha quedado todo naranja y está también el recuerdo de
esos rayos que estaban cerca y ahora ya no existen. Parecía el nacimiento de
Dios. Era impermeablemente perfecto y rabiosamente extraordinario. Era la
posibilidad de dos cuerpos reventando de un placer ingrato. Un incremento de la
verdad en el mundo. Un amanecer de tinieblas brillantes. Lo nunca visto. O
amas, o no eres.