La palabra pintada, Tom
Wolf
La palabra pintada, como su propio nombre indica, hace referencia
a la necesidad, por parte del espectador de una explicación en forma de texto
que acompañe a la obra que está viendo.
Con el arte moderno se ha creado esa necesidad. El espectador que
no es un entendido del arte, pero que le gusta aprender de él o verlo sin más,
quiere que algo o alguien le expliquen lo que está viendo.
Tom Wolf, autor de este libro, critica de algún modo este hecho,
pues como bien afirma, en sus años más jóvenes las obras tenían una pequeña
indicación al lado donde tan solo ponía el nombre del cuadro, el año y alguna
referencia técnica, nada más. Sin embargo hoy, con solo esa información, el
espectador se queda tal cual llegó: sin tener ni idea de lo que el cuadro
quiere decir.
¿Por qué sucede? Porque parte del arte que hoy vemos, como por
ejemplo las vanguardias, es tan sumamente abstracto, surrealista que aleja
demasiado al espectador del mundo real y le hace plantearse demasiadas preguntas
que al final nadie va a respondérselas más que él mismo.
Nos habituamos a la contestación de todo el mundo: se trata de un
arte que cada uno debe interpretar a su manera. Pero en realidad, queremos
saber qué se le pasó por la cabeza al autor del mismo para hacerlo.
La pintura, según Wolf, sería más o menos la continuación de la
palabra pero representada en forma de imagen. La transformación de lo literario
en forma. “El arte moderno se ha vuelto
completamente literario: las pintura y otras obras solo existen para ilustrar
texto”, dice
el autor. Con esta frase, digamos, está “desvalorizando” el arte a favor del
texto, de una forma crítica e irónica, claro.
Se coloca el
arte en un segundo plano y se da protagonismo a la palabra, pues se supone que
sin ella, ese arte no se entendería.
En el momento en
que el cubismo y, en general, el llamado “Arte por arte” llegó a Estados
Unidos, todo se desmoronó. Los críticos del arte tomaron el protagonismo,
llegaron a ser más importantes incluso que los propios artistas, pues ejercían
la teoría del arte, donde incluso decían qué había que pintar. Había que
aclarar y justificar todo.
Con un tono
irónico, Tom Wolf expresa el absurdo en el que se ha convertido ese arte que un
día se rebeló contra la pintura del momento. “El arte moderno se ha convertido
en una parodia de sí mismo”.
El autor,
durante todo el libro, trata un tema clave en el arte actual: la importancia
del mercado. Según Wolfe
existe una relación intimísima entre crítica y mercado. Las colecciones de arte
están condicionadas por ambos. Y en esta relación tienen un papel fundamental
las figuras del marchante y del mecenas, que apareció con el Expresionismo
Abstracto.
La idea es
controlar el arte, convertirlo en negocio. Y cuando digo control del arte me estoy
refiriendo a lo que Wolf pretende transmitir en su libro: control del valor de
las obras, de las colecciones. Los marchantes adquieren colecciones
particulares que participan en el incremento de su poder a nivel individual,
pero además, condicionan el valor intrínseco del arte adquirido. Le aporta un
plus de importancia. Pero esa importancia de ese arte en cuestión no sería nada
si detrás del mismo no existiera un mecenas que guía al artista, que le dice lo
que tiene que hacer, que le dice lo que es arte, lo que significa la palabra
arte en la actualidad. Y no es otra cosa que negocio.
Tom Wolf
menciona también los rituales de los artistas que quieren alcanzar la fama.
Esos rituales que todos tenían que seguir para encajar en el arte del momento.
Y no les quedaba otra que seguirlo a rajatabla si querían conseguir ser famosos
y vender. Pero esos rituales llevaron en varias ocasiones a la soledad, como en
caso de Pollock o Kooning.
Dinero y
marketing son dos conceptos vitales en el arte nuevo. Sin ellos, el arte, por
muy arte que sea, no lo es. Los artistas no son libres de crear, sino que se
someten a lo que un “tutor” les dice qué es arte en ese momento. Ya el artista
es quien decide si seguir las pautas para conseguir esa fama que persigue o
salirse de la norma y crear a su antojo exponiéndose a la completa indiferencia
si es desconocido y al olvido si se le conoce.
Como bien
asegura Wolf, si se quiere ser alguien en el mundo del arte hay que venderse
por mantenerse.