Terror en la luz.

El cielo es infinito para el pájaro entre rejas.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Se dice de ella.

Se dice que nunca encontró la estabilidad en medio del equilibrio atroz. Que la buscó y buscó en predeterminados ambientes trágicos y también en los más severos climas de pieles muertas. El resultado fue siempre el mismo: siempre el declive, siempre la sombra. Investigó, también, si daría buenos resultados morir en los intentos de un primer mes, cuando lo bello abunda y el Sol calienta por doquier. Entonces se enamoraba sin cesar; salía de una y entraba en otra, y así se pasó la vida. Se dice que, además, nunca amó sin miedo. La agorafobia de cada situación le produjo un incontrolable pavor hacia todas las personas del mundo, hacia cualquier fórmula de amor, hacia todas las personalidades que existen en este ambiente crítico y con riesgo a la agonía. Tira los dados, le da igual el resultado… Vuelve a empezar. Nada le sacia. Ni el queso, ni el chocolate, ni la canela ni el picante de Tijuana. Piensa que los individuos no somos más que una ilusión deprimente, un sprint final en plena carrera de fondo… Y se satura, claro. Porque tras esos segundos de gloria donde deja uno las entrañas, vendrá una calma absurda, un paseo por el cielo ya nublado. El equilibrio nauseabundo para ella. La normalidad estorba, lo tiene muy claro. Y por eso se refugia en sensaciones fuertes a sabiendas de que todo terminará, porque la vida misma se lo ha mostrado: nada permanece. Pero, también se dice, que ella no descansa. Que rebusca en el interior de todo el mundo porque así cree que encontrará en el alma de alguien un motivo para no rendirse jamás. Es incluso gracioso el modo de vivir que sigue. Es incluso placentero. Continúa en modo “on” su patrón del “o no”. Planea, como una turista en un país de fantasía, su forma de vida. Aplica sus costumbres a cada hombre, les incita, les pervierte, les enamora mil y una veces. Ya se va haciendo a la idea de qué es el amor para todos los demás y por eso intenta seguirles… Siempre de forma errónea. El amor, según sus principios, es Verdad. En ella existe el principio del fin de todas las cosas. Y se dice, al fin, que si nunca llega a encontrar dicha Verdad, vivirá eternamente en un caos de vicios y defectos, de desgracias y virtudes. Se atiene al malestar del después a tiempo para deshacerse de él y conservar, para apuntar en su pizarra de la nevera, esos momentos gloriosos que vivirá con mil y un hombres.

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