Probablemente nuestro reflejo sea mil caras al mismo tiempo, pues nosotros mismos hacemos las veces de espejo para con el mundo. Nuestros corazones simulan espejos. A ellos entran todos aquellos que nosotros permitamos que lo hagan, pero es cierto que, reflejarse, se reflejan todos. El grado de permeabilidad equivale a una constante que tras un largo periodo de tiempo queriendo alterarse, al fin lo consigue. Es un temblor de una membrana que todos nosotros, los humanos, poseemos en nuestra capa porosa que transpira en busca de miel. La miel, el amor, la pasión, los cuerpos. El corazón. El corazón, espejo que absorbe, que recoge a quienes le da la gana. Y uno se enamora justo en el instante en que el corazón actúa como espejo acaparador de almas. Pero tiene que ser mutuo.
Entonces, hay personas que juran haberse enamorado, sin embargo, sus corazones no reflejan nada más que una tonelada de porquería. La porquería de las mentiras, del miedo, de la sinrazón. Toda esa basura que alguien depositó al reflejarse en sus pequeños órganos granates que bombeaban sangre pura y que ahora es incluso verdosa... Débiles, grasientos, apagados, oscuros. Por mucho que sintieron, por mucho que trataron de verse reflejados en los espejos de los corazón de susodichos, no calaron. Entonces nadie, nadie logró colarse en los suyos. Y cuando se miran en los espejos repartidos por cada rincón del mundo, no ven más que acrílico, goma-espuma y celofán. Ni tan siquiera se ven a ellos mismos.
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