Estas serán unas declaraciones gratas, ligeras, honestas y perversas.
El modo en que serán concebidas se me va eternamente de las manos pero, no por ello voy a dejar de enorgullecerme y emocionarme.
Tal vez mi demora en conciliar de nuevo un mínimo del talento que no poseo para poder escribir de nuevo con la soltura y destreza menor de un individuo sin más que pulula, que deambula por el mundo sin pena ni gloria, se deba precisamente a esa carencia que esta frase ausente de puntos lleva de forma indirecta.
No sé lo que digo. Da igual. Ese no es el caso. Ahí no está la clave del éxito.
¿Habéis pensado alguna vez en no querer parar de hacer algo? ¿Tenéis, de cuando en cuando o en el momento que vosotros mismos sois conscientes de que eso queréis, la sensación de necesitar hacer las cosas de la peor manera posible? Eso es un don. Y no lo perdáis de vista.
Últimamente se me viene la imagen a la cabeza de esa niña mayor que está en ese cuarto oscuro con un resquicio de luz que ni interesa. Esa adulta en potencia que se debate entre el bien y el mal en el momento en que con cuidado se quita sus braguitas humedecidas por Dios sabe qué o quién. Y se me viene porque es lógico. Una carrera de fondo en asfalto con unas deportivas pesadas no son más que mentiras. Y un sujeto jamás debería mentirse, ¿no es cierto? Se miente a los demás. Pero también es por todos sabido que no cualquiera no adquiere algún tipo de mentira que interioriza y se calla para siempre. Y ese embrión de mentira crece, pero en lugar de abultarse la barriga es el corazón quien parece que va a estallar.
Una mentira bien contada es verdad. Una verdad a voces es mentira. Una verdad de mentira es un juego. Una mentira de verdad es astucia.
Y un sinfín de posibilidades más. El azar es un espía de Don Talento. El padre de todos los bienes y males. Es casi imposible hacerse a la idea de dos términos que parecen, de primeras, antónimos.
¿Quién miente? ¿Quién muere? ¿Quién nace?
Creo que la solución a una ecuación de grado infinito es el silencio. Si todos callamos, todos otorgamos. Y si se otorga, se vive mejor, ¿a que sí? A veces no es malo. A veces es solo cuestión de costumbres y antologías. De la vida misma de cada uno de nosotros. Porque ver desde fuera será más sano. Porque la realidad, al fin y al cabo, nos impide mirarnos de forma continuada y sin un "break" al espejo que elijamos. Entonces debemos mirar al de al lado, a los de alrededor, a las de alrededor. Y ahí todos nos damos cuenta de nuestras máximas diferencias y mínimas similitudes. Y justo ahí es cuando comprendemos que nadie será jamás feliz con nadie.
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