Un manido papel en la vida consiste en ser temeroso de las
alegrías del mundo. Escabullirse en la lenta agonía de las carcajadas de los
demás es como un cubito de hielo que te roza los pezones. Pero al final, tanta
rigidez exige ser feliz tú, también. No puedes excluirte eternamente. Los
buenos actos de determinados individuos son infinitamente superiores al daño
que otros te hayan podido causar. Es cierto, la mejor fragancia viene en los
pequeños envases; por eso, la felicidad más rotunda se sirve en dosis mínimas.
No podemos ser enteramente serios, ingratos o ciegos. Necesitamos
nutrir nuestros dorsos de elixir de adrenalina con forma de sonrisa. Y no puede
ser de otro modo. La fórmula del enfado se supura con saliva color miel.
Debemos ser considerados con aquellos que tratan de sacar lo mejor de nosotros.
Lo hacen porque quieren, no están obligados.
Es cierto, a veces son tantas las personas que buscan y nos
exigen lo peor de nosotros que terminamos acostumbrándonos a mirar sospechando
al universo. Pero de entre las piedras aparecen almas que nos quieren, que nos
dan la mano, que no nos dejan ni caer ni retroceder. Incluso en la muerte ellas
están. Y jamás estaremos solos, por ello. Nunca podremos no esbozar una
sonrisa. Es imposible. A veces, tal vez la ahoguemos, pero eso ya es reír. Y
tenemos que jodernos, porque la seriedad no es constante y se esfuma cuando
menos queremos que lo haga.
El miedo a ser feliz. Probablemente sea un problema al que
todos nos enfrentamos. Es más cómoda una lágrima de tristeza que una de
alegría, pero es mucho más sencillo sonreír que formar la curva inversa:
tenemos la forma dibujada hacia el cielo. Nuestros labios hablan por sí solos,
no vayamos contra natura.
A veces he pensado que la felicidad de algunas personas se encuentra precisamente cuestionándose la felicidad. Bueno, mejor dicho... los modelos de felicidad impuestos por otros.
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