El tono irónico con el que Félix de Azúa explica el significado oculto
de algunos términos es digno de mencionar, pues es necesario tenerlo en cuenta
y captarlo cuanto antes para aportar un sentido diferente y más exacto al
ensayo. Tiene múltiples giros humorísticos que ayudan a convertir un sinfín de
palabras complicadas en un ameno índice de ideas. A pesar de ello, no deja de
ser un libro serio, didáctico, que pretende contribuir al crecimiento de la
inteligencia en el ámbito del Arte para las personas que lo leen.
El Arte, como tantos otros ámbitos de la vida, ha sufrido a lo largo de
los siglos diferentes procesos de transformación que han hecho de él ser, a
veces ,el protagonista bueno de la película y otras el enemigo del ser humano.
Y esa transformación se prolongará de manera infinita y constante, cual
espiral.
Como explica el autor, el Arte ha pasado de ser un producto de las
clases sociales más bajas, cuando se consideraba así a la labor que realizaban
los antiguos artesanos, que apenas sí tenía valor, a un lujo burgués que solo
pueden permitirse los más adinerados. Pero en este libro, no solo puede
divisarse ese contraste que a simple vista todos conocemos. Azúa profundiza en
las modificaciones del arte desde muchos puntos de vista. Cambios no solo
económicos, sino también morales o físicos, entre otros.
Siguiendo en la letra “a”, es importante hablar de la figura del
artista. A lo largo del libro, en varias ocasiones, el autor ensalza al artista
como la persona encargada de plasmar. Lejos de ser el responsable o “culpable”,
el artista es el narrador. Y no es un narrador omnisciente, sino descriptivo.
Simplemente vive, siente, padece, etc, determinados momentos; se mueve en una
sociedad en la que pasan cosas, con personas que influyen y crean emociones,
con situaciones que de algún modo modifican parte de su interior. Él observa
(narrador observador) y luego describe. Pero lo hace de una forma muy exacta y
asemejándose lo máximo posible a lo vivido.
El caso de los bodegones, para lectores del libro principiantes en el
mundo del Arte, es muy curioso. ¿Quién puede imaginarse que dentro de la pintura
de frutas, jarrones, aceite o pan, entre otros, dispuestos sobre una mesa se
esconda un mundo de sentimientos e ideas? ¿Quién puede pensar que gracias a
esos elementos se puede conocer más profundamente el carácter del pintor? Azúa
lo explica con detenimiento. Y es que esa “Naturaleza muerta”, es decir, esos
alimentos y objetos sin vida, dependiendo de cómo estén dispuestos en el cuadro
y del aspecto con que les haya dotado el artista, transmitirán miles de
sensaciones, todas ellas relacionadas con el carácter y la forma de ser de su
autor. Pone el ejemplo de las pinturas de Meléndez, autor de “bodegones
calavéricos”.
Otro concepto relevante que a su vez engloba otros muchos mencionados en
el libro, es el de “deconstrucción”; un término que no significa más que
“destirpar el Arte”, hacerlo pedazos de forma que no signifique nada en su
conjunto, que sea un imposible el hecho de extraer una idea general, un
concepto definitorio. Fue una corriente muy arraigada durante un tiempo que ha
sufrido un cambio radical, pues en la actualidad parece “absurdo” el hecho de
no sacar una idea aclaratoria de las cosas, básicamente porque no habría una
manera de entender el mundo.
La relación Arte – Filosofía – Literatura, es una constante en el
ensayo. Al fin y al cabo no dejan de ser disciplinas muy similares en algunos
aspectos y que se complementan unas con otras. El Arte sin un toque filosófico
que ayude a pensar o sin un estilo literario, no sería un arte tan ambicioso y
rico en detalles. Además, Azúa recalca dicha relación mediante el uso de
términos como la muerte, las metáforas, el caos, la nada…
Por otra parte, observando la obra como “manual” de Arte, el autor
define minuciosamente las diferencias entre Vanguardias, Arte Contemporáneo,
Arte Moderno o Arte Actual, pues son conceptos que tienden a confundirse con
gran facilidad. “Lo contemporáneo es, sencillamente, lo que coincide en el
tiempo”, dice Félix Azúa, y añade que “el arte actual es más informativo, hace
referencia a la actualidad o inactualidad de las obras contemporáneas”. Para
definir el Arte Moderno utiliza un texto de Julien Gracq que dice: “Lo moderno
no resucita, como suele creerse, nuevo o cambiante en cada
época, sino que sólo ha tenido una verdadera primavera entre Wilbur Wright y el
asesinato de Sarajevo”.
Respecto a este mismo tema explica su punto de vista del porqué de esta
confusión con los conceptos señalando que “surge de nuestra visión
evolucionista e historicista de los productos artísticos los cuales parecen
cagarse de valor en la medida en que llevan en sí semillas de modernidad”, sin
embargo, concluye, “la modernidad de una obra de arte no añade nada a su valor
artístico”. Sin embargo, el Arte de vanguardia es, dice, algo así como “la
aceptación de la hipótesis de la muerte del arte en su versión hegeliana”.
“Ofrecían una producción artística dedicada a la reflexión sobre el Arte y no a
su simple contemplación”, resume.
Como idea general del ensayo, Azúa pretende hacer pensar a los lectores
a través de la pregunta: el Arte, ¿seguirá vivo o morirá? Finalmente la
resuelve (indirectamente) aceptando un SÍ. Sí, el Arte tiene que asumir su
muerte. Y esto sucede por el hecho de considerarlo un bien casi, incluso,
material, que no hace más que diferenciar clases, que excluir ideas. Al final todo
termina siendo Arte y dentro de ese “Todo” no existe más que “Nada”.
Como dice Félix de Azúa, los productos del Arte deberían ser
significativos desde el punto de vista de la necesidad. Que influyera (siempre
de forma positiva) a varios segmentos de la población y no solo a unn círculo
de profesionales como ha sido el caso en las sucesivas academias. Que los
productos del Arte hagan resonar voces capaces de alcanzar a unos cuantos más.
Por último, el autor menciona una frase de Nietzsche que dice: “el Arte
debe superar a la Verdad”. Con esto el filósofo pretende transmitir que el arte es pensado, desde la
voluntad de poder como la voluntad de apariencia, de engaño, dado que no es la
Verdad lo determinante, sino si un valor, idea o concepto afirme o no la vida.
Para Nietzsche, “es necesaria la verdad para la definición de todo aquello que tiene un
valor muy alto”, por ello y volviendo a la frase primera, el Arte debería
tratar de superar a la Verdad.
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