Terror en la luz.

El cielo es infinito para el pájaro entre rejas.

domingo, 15 de enero de 2012

Tú, té (de fresa), ti, contigo.

He tenido unos dientes horribles. Y la boca me ha sabido, innumerables veces, a algo parecido a pimientos verdes, aunque realmente ni sé cómo saben. Me he precipitado al fantástico mundo del néctar de las flores, igual que una abeja, igual que un hombre imbécil. Y también, de vez en cuando, observo en silencio las luces de los restaurantes de comida rápida, por si me ilustran. Todo eso y mucho más, mientras me adorno el cuerpo con gambas y demás crustáceos, mientras domino el mundo con melodías prohibidas, mientras me ato el pelo con soga de alguien que nunca se ahorcó. Porque verán, el infinito es máximo y mínimo al mismo tiempo y, encontrarlo, conlleva esto. Un ocho en horizontal. Una vida plagada de monstruosidades perfectas. Dos en un círculo, cuatrocientos logros en una noche, mil envidias, un máximo órgano en plena euforia.
Porque así, uno quiere, uno ama, uno arde. Te quiero. Es sencillamente perfecto, asumiblemente orgánico y bla, bla, bla. No hay nada más que sentir ni que recriminar. Es todo lento y perverso, ambiguo y neutro. Abundante. Un sinfín de sensacionales parodias sobre uno mismo reflejadas en otro y aceptadas con un aplauso. La levedad de tus manos en mis cadenas. El hacer sentir colores y morderlos, echarles más azúcar, ¡más!
Y ahora veo tus dientes. Los mejores. Y tu boca sabe al limón mezclado. Y mi néctar siempre serás tú. Cualquier cosa, un simple monosílabo, es.
Me gusta cuando hago que me cojas y me revolotees. Mi lugar son las profundidades y tú siempre me acompañas. No cualquiera lo haría.
Terminas, empiezas, vagas, me amas o no, como quieras. Pero yo sí. Y mi mar no está en calma, está excitado, valiente, voraz. Mi mar, en calma, sería mentira.

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