Si la nada nunca es nada, siempre será algo. Y un algo,
nunca podrá ser nada de nada, aunque a veces puede ser nada a medias. Ahí se
esconde el peligro. Ahí y en las diferentes esencias de mi piel, que oscilan
entre una profunda demacre y una dulce agonía, dependiendo de dónde me encuentre
en cada momento. Pero es mi piel, al fin y al cabo. Son pequeños detalles
incontrolables, que jamás podrán cambiarse, pues todo está premeditado y
milimétricamente gestionado. Igual, exactamente lo mismo que el hecho de que tú
seas tú y no yo y de que tú seas quien eres por quienes te han creado. Que si
uno solo de tus creadores no hubiera sido, tú no serías tú y serías otro
completamente diferente. Eso es así.
Tienes un trabajo, unos hijos, unas escamas invisibles.
Tienes una casa, plantas pinos cada día, retrocedes en el tiempo y te anticipas
en cualquier obra de caridad para ser Dios. Porque crees que Dios está en el
hombre o porque dudas de si Dios vendrá a buscarte y a hacerte su cómplice,
cual Jesucristo. Debe ser agotador eso del cálculo diario para conseguir, un
día ser un ser omnipotente.
Pero todos vivimos al límite. Lo que importa, al fin y al
cabo, es alcanzar tus objetivos. Derivamos en máquinas jamás perfectas.
Intentamos por todos los medios ser cada día un poco más increíbles. “No me
hablen de locura, por favor”. El caos es, para ti, el mayor pecado de la
humanidad. Todo ello por el simple hecho de temer un futuro incierto. Por tener
miedo a todo aquello que se te escapa de las manos o se coloca más allá de tu ángulo
de visión. Es un lío. Pero un lío que cada día te hace ser más repulsivo, pues
aparcas y vendes al olvido la palabra amor.
Su forma de escribir y plasmar las ideas sobre cualquier
tipo de material maleable, era misteriosa. Parecía, siempre, que ocultaba
rasgos de su existencia. Parecía, a veces, que al mismo tiempo que ejercía sus
labores, estaba asesinando a algún ser vivo.
Y si había que imaginársela, sería siempre en la oscuridad,
como una reina de las sombras o como un pájaro de las tinieblas. Se definía
como un ser diabólico. Y no lo era en absoluto. Era un duende del abismo o algo
similar. Era un eco, un murmullo de la lluvia y un libro ateo. Era un lugar
recóndito que todo el mundo quiere conocer alguna vez en la vida. Un océano de
imperdibles punzantes, de los que no se arrancan de la piel tan fácilmente.
Solo le faltaba beber sangre para completar el mito.
Fascinante.
De niña la solían vestir de verde. Querían que se camuflase
con la Naturaleza. Y precisamente lo que adquirió fue el don de ser parte de
ella. Sus sueños son muy tradicionales y su melena es tan obsoleta, que parece
que ha vivido más de veinte mil siglos. Su silencio es su altura elevada al
cubo. Y se extiende, como ella misma, a lo largo de un bosque tenebroso.
La describen como el azabache. Y no es cierto. Es el más
puro brillo de las estrellas, la desnudez de un suspiro y la luz más
grandiosa de los infinitos universos.
Se la confunde innumerables veces con una piraña. No es
mucho más que un delfín tal vez atolondrado o llevado al límite de la
impaciencia.
Suele, muy a menudo, buscar su lugar en Dios mientras se
lanza al agua más cercana para conjuntar la palma de su mano con la hidratación
de la vida.
Es tranquilidad y episodios de temor. Es lujuria ahogada en
una lata de tortugas poseídas por un lagarto hembra.
Como un pisapapeles he regresado de ningún lugar en el que
antes hubiera estado, machacando a la vida por las zonas dolorosas de su
inimaginable organismo. Sin planes de guerra pero, pero supuesto, sin firmar la
paz. Un regreso inoportuno y más que nunca inesperado.
De un cerramiento profundo, aislado y sangrante, renací con
un simple abrir de ojos y una apertura de la pequeña ventana del baño. La
reacción fue inmediata: los malos humos y las pestes diabólicas se esfumaron
sin dejar rastro. Templanza. Solo es eso. Bueno, también consiste en, a veces,
pensar y razonar, y dejar de lado por instantes el corazón.
Algunas de las reflexiones que alcancé en mi letargo fueron
muy sencillas, pero absolutamente ciertas: “vive” y “sé libre”. ¡Qué fácil1,
diréis, ¿no? Lo cierto es que sí. Vivir es crear un ambiente en el que se
combine una sucesión de sentimientos de todo tipo. Si limitas la vida a un solo
sentimiento, la escasez de aventuras y recuerdos te llevará a persuadir tu alma
hasta el punto de hacerle entender que no puede haber nada más ni mejor. Vivir
es amar cualquier punto, coma, resquicio o hueco de la vida. Es así y no puede
ser de otra forma. Perderse en una espiral de una sola curva, es errar. Las
espirales son símbolos de constancia que cada vez se aproxima más y más hacia
la perfección. Simbolizan la eternidad. Y nada puede ser eterno si se compone
de un solo giro sustancial. Nada puede ser infinito si no se ve rodeado de
imperfecciones. La espiral más perfecta no es la más cuidada ni la mejor
elaborada, sino aquella tan salvaje y natural que no necesita macerar. Solo
necesita vida. Ya solo con esta explicación pasamos, fundimos, mezclamos la
primera reflexión con la segunda: “sé libre”.
Libertades existen muchas, de muchos tipos. Yo solo conozco
una: la de estar preso en alguien. Es complicado de explicar. “Si estás preso,
-diréis-, ¿cómo vas a ser libre?” Precisamente ahí se encuentra el misterio y a
la vez la verdadera solución. Si la interpretamos “a bote pronto”, podemos caer
en el error de darle un significado que en realidad no es. No quiere decir que
lo más maravilloso del mundo sea atarse a una persona, encerrarse en ella y no
querer mirar más allá. O al menos, para mí YA no dice eso. Antes, reconozco que
sí. Porque como ya todo el mundo sabe, yo amé más de lo debido.
La Libertad de estar preso en alguien es la espiral que
habita en cada persona, en cada cosa, en cada palabra, en cada gota de sudor.
Se trata de construir acciones de forma libre que te lleven sin pensarlo a
obtener una conexión perfecta con otro sujeto, objeto, frase… Sin hacer un
esfuerzo superior al que la propia acción necesita. Un ejemplo:
Tengo sed, porque llevo más de dos horas sin beber agua y estamos a 45
grados. No fuerzo la situación. No bebo para llenar el estómago de agua o para
evitar la retención de líquidos, sino que bebo porque tengo la necesidad de
hacerlo y mi cuerpo, si no bebiese, se deshidrataría. Entonces ejerzo la
acción. Me levanto, lleno el vaso de agua y bebo. En esa sucesión de
movimientos, expresiones, pensamientos… Solo hay unos, determinados, que son
los que prevalecen sobre los demás. Debemos intentar, cada día más, evitar
gestos que sobran y realizar aquellos justos y necesarios que nos harán libres.
Aunque también… Lo cual conlleva un sobreesfuerzo en la Libertad de cada
individuo… Podemos buscar e incluir acciones que sean incluso mejores y que nos
hagan no solo ser personas, sino las mejores personas del mundo.