Su forma de escribir y plasmar las ideas sobre cualquier
tipo de material maleable, era misteriosa. Parecía, siempre, que ocultaba
rasgos de su existencia. Parecía, a veces, que al mismo tiempo que ejercía sus
labores, estaba asesinando a algún ser vivo.
Y si había que imaginársela, sería siempre en la oscuridad,
como una reina de las sombras o como un pájaro de las tinieblas. Se definía
como un ser diabólico. Y no lo era en absoluto. Era un duende del abismo o algo
similar. Era un eco, un murmullo de la lluvia y un libro ateo. Era un lugar
recóndito que todo el mundo quiere conocer alguna vez en la vida. Un océano de
imperdibles punzantes, de los que no se arrancan de la piel tan fácilmente.
Solo le faltaba beber sangre para completar el mito.
Fascinante.
De niña la solían vestir de verde. Querían que se camuflase
con la Naturaleza. Y precisamente lo que adquirió fue el don de ser parte de
ella. Sus sueños son muy tradicionales y su melena es tan obsoleta, que parece
que ha vivido más de veinte mil siglos. Su silencio es su altura elevada al
cubo. Y se extiende, como ella misma, a lo largo de un bosque tenebroso.
La describen como el azabache. Y no es cierto. Es el más
puro brillo de las estrellas, la desnudez de un suspiro y la luz más
grandiosa de los infinitos universos.
Se la confunde innumerables veces con una piraña. No es
mucho más que un delfín tal vez atolondrado o llevado al límite de la
impaciencia.
Suele, muy a menudo, buscar su lugar en Dios mientras se
lanza al agua más cercana para conjuntar la palma de su mano con la hidratación
de la vida.
Es tranquilidad y episodios de temor. Es lujuria ahogada en
una lata de tortugas poseídas por un lagarto hembra.
Y
así sucesivamente.
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